viernes, 21 de agosto de 2009

El Siglo: LA LARGA MARCHA DEL PUEBLO MAPUCHE

21-Agosto-2009
Fernando Quilodrán

Reconocer y convivir con un pueblo nación

Cuando se habla de Araucanía. pueblos ariginarios, etnias... aparecen de inmediato imágenes de enfrentamientos, disputas, movilizaciones, violencia. Es tal la fuerza de la artillería mediática que son muy pocos los que dejan de asociar a esas imágenes la palabra "mapuches". Y como resumen, la expresión "conflicto".

Orgullosos de nuestras tradiciones, no dejamos de repetir que somos el único país que nació a la historia entre las páginas de un libro épico: La Araucana. Y son pocos los chilenos que se sorprenden al escuchar el clásico "...fértil provincia señalada/ en la región antártica famosa".

Otro clásico de nuestra lengua, Rubén Darío, había hablado de ese "algo formidable que vio la vieja raza", en alusión a Caupolicán.

Pero, esa gente que no había sido "jamás por rey regida ni a extranjero dominio sometida", y que luchó largos siglos, tal vez la guerra más prolongada de la historia, terminó acorralada, "reducida", por la lógica feroz del desarrollo colonial, primero, capitalista más tarde. Y promediando el primer siglo de nuestra independencia, fue "pacificada" en una acción que se creyó era para siempre. Así, se consolidaban los dominios del latifundio, se legalizaba la "corrida de cercos" y la discriminación racial se unía al desprecio social por el pobre-río rural y moreno.

¿Quién iba a imaginarse que esos sometidos, embrutecidos parte de ellos por el alcohol, engañados por tinterillos y notarios, despreciados y aún negados, iban un día a levantarse para proclamarse, no ya iguales sino primeros en derechos a quienes los habían sometido? Y sin embargo, dato que muchos ignoran o fingen ignorar, eran los únicos bilingües de nuestro territorio. Y se hablaban entre ellos en su mapudungún ancestral, reservándose "el Castilla" para tratar con los huincas ladrones. ¿Quién se iba a imaginar que un día la mejor poesía de estas tierras estaría escrita en el lenguaje de sus habitantes originarios, y que los nombres de un Chihuai-laf, un Lienlaf o un Huenún estarían para siempre unidos a los de una Mistral, un Neru-da, De Rocka, Huidobro...?

Tal vez, los únicos que no podrían imaginarse tales cosas eran y son los mismos que no vieron desplegarse las bandadas pingüinas que les asestaban los golpes de su moral inmaculada y sus principios imposibles de transar. Como tampoco han sabido ver a las mujeres peleando por el derecho a la propiedad de sus cuerpos y sus vidas, su rechazo a la violencia que se viste de "mas-culinidad", y sus exigencias de educación, trabajo y vivienda iguales y dignos.

Los que no saben mirar, no podrán ver. Esa vieja verdad se hace presente una vez más. Se habla de "mapuches" y se repite: tierra, pobreza, falta de oportunidades, discriminación, injusticia. Y todo ello será cierto. Pero de lo que no se habla es de identidad. Y de dignidad. Y de toda una larga historia sembrada de injusticias y traiciones. ¿Cuesta tanto reconocer al otro en toda la dimensión de sus particularidades? ¿Es humillante para el blanquito soberbio y el mestizo vergonzante, reconocer que "el otro" (mapuche, diaguita, rapanui, coya) es tan humano como él mismo y que su historia es tan "histórica" como la suya?

Lo que está en juego no es sólo devolver tierras, demanda legitima desde que fueron sí dueños y soberanos de un vasto territorio usurpado a sangre, fuego y escrituras mentirosas. Ni resolver los problemas de la pobreza extrema, el subdesarrollo y la marginación. Se trata de algo que no pueden intentar ni los ministerios del Interior ni las policías y fiscales del sistema. Como lo vienen señalando insistentemente diversas personalidades de la vida nacional -Francisco Huenchumilla, José Aylwin, entre otros lo que se debe hacer es "un reconocimiento histórico, una revisión de las políticas de tierras".

"Reconocimiento histórico", significa volver a escribir la historia, no para negar el pasado, borrarlo y disolver las responsabilidades en un manto de impunidad. No: "reconocimiento histórico" significa tratar a esa gente "de remotas naciones respetada", como lo que son: un pueblo nación al que no se puede imponerle las condiciones de su integración a un conjunto mayor y, tal vez, con una mayor complejidad social.

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