lunes, 20 de julio de 2009

A 30 AÑOS DEL INTERNACIONALISMO DE CHILENOS EN NICARAGUA

Homenaje de VOZSIGLO21

El "Batallón Chile"


Days Huerta Lillo (JJ.CC. Valparaiso) muerto en combate en Nicaragua.
“...fue abatido por las esquirlas de una bomba somocista.”
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El "Batallón Chile" avanzaba con dificultad. El fuego de la artillería y la aviación enemiga interfería continuamente en su desplazamiento bajo el tórrido sol de Nicaragua. Pese a ello, el casi centenar de chilenos destinados a este pelotón en el Frente Sur marchaba entusiasmado bajo las órdenes del celebre comandante Edén Pastora.

El destacamento del Partido Comunista chileno había comenzado a desembarcar en Nicaragua a inicios de 1979, proveniente de Cuba. Muy luego -en mayo de ese año- el Frente Sandinista inició su ofensiva final, convirtiendo la lucha de guerrillas en una batalla regular. Desde el sur del país, las tropas chilenas participaron en las batallas más cruciales contra el gobierno dictatorial de Anastasio Somoza y, pocos meses después, entrarían victoriosas a Managua.

Durante los seis meses de enfrentamientos, los chilenos se ganaron la fama de profesionales y "duros". De todos los voluntarios extranjeros que ayudaban a los sandinistas, los chilenos eran los únicos que tenían una formación militar rigurosa. Su especialidad más apreciada eran sus conocimientos en artillería terrestre y antiaérea, a la que pertenecía el grueso del contingente enviado por La Habana.

El ex agente de inteligencia cubano Jorge Masetti -también veterano de Nicaragua- relata en unos de sus libros la diferencia entre estos oficiales y los guerrilleros nicaragüenses. En una ocasión se encontró con un oficial chileno que gritaba desesperadamente por su walkie-talkie: "¡Dime cuántos son!, ¡Está bien, pero coño, dime cuántos son!". Al acercarse Masetti, el combatiente chileno le explicó que una avanzada enemiga se había atrincherado en una colina cercana y habían enviado un destacamento para desalojarlos. El problema era que cada vez que le preguntaba al nicaragüense el número de enemigos, éste le respondía: "¡Un montón, compa! ¡Montonazo!".

"El contraste entre el chileno, de formación militar académica, y el compañero nicaragüense de formación guerrillera, y el diálogo absurdo que sostenían, me parecía de lo más cómico", escribió Masetti.


Edgardo Lagos, muertos en combate en Nicaragua
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Pero los chilenos no eran los únicos extranjeros en tierra nicaragüense. Los cinco mil hombres en armas con que contaban los sandinistas incluían a voluntarios colombianos, argentinos, uruguayos, brasileños y centroamericanos. Todo el movimiento revolucionario del continente se había desplazado en apoyo del único país que -después de Cuba- estaba a punto de tomar el poder por la vía armada.

Al acercarse la hora final para los sandinistas, a fines de mayo de 1979, uno de los más decisivos combates del Frente Sur se libró en la zona del Naranjo. La Guardia Nacional de Somoza intentaba por todos los medios expulsar a los sandinistas que dominaban varias colinas de la zona. En pocos días la lucha se transformó en un rotundo triunfo para los sandinistas. A esa profunda cuña abierta en el Frente Sur se sumó, el 4 de junio, una huelga nacional liderada por el mando sandinista. La balanza se inclinaba inexorablemente a favor de la insurrección.

La noche del 17 de julio de 1979 Anastasio Somoza huyó a Estados Unidos en su avión particular. Menos de 48 horas después, los rebeldes entraron a la capital.
Al amanecer del 20 de julio el destacamento chileno ingresó junto a las victoriosas tropas sandinistas por los suburbios de Managua. Los sandinistas habían demostrado que la revolución armada podía ser posible. A los chilenos, su valentía los había librado del sentimiento de culpa que los corroía desde el 11 de septiembre de 1973. La izquierda continental celebraba. "En Nicaragua se reinvidicó una generación derrotada", sostiene el analista José Rodríguez Elizondo.

Un combatiente del Frente Sur sería el primer hombre que ingresó ese día al búnker de Somoza. Era el internacionalista español "Gustavo", o en realidad el oficial cubano Tony de la Guardia. La leyenda cuenta que junto a él iba el líder del "Batallón Chile": el "comandante Salvador", el chileno Galvarino Apablaza Guerra.


Un grupo de combatientes sandinistas.
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El balance de la participación del "Batallón Chile" resultaría por demás alentador. Algunos de sus integrantes recuerdan hoy esa experiencia sintiéndose participes de un hecho histórico; "La sandinista fue la última revolución triunfante del siglo veinte. Por tanto, haber participado en ella tenía un significado especial para nosotros que fuimos protagonistas directos. Habíamos entrado a pie por la frontera sur, por Peñas Blancas. Estabamos a la lucha guerrillera del Frente Sur.

No hay palabras para describir los sentimientos que teníamos. Recordábamos también el dolor de haber perdido a dos compañeros; Days Huerta Lillo, quien fue abatido por las esquirlas de una bomba somocista. En tanto, esos mismos días previos al triunfo, otros tres compañeros resultaron heridos al enfrentar los agónicos combates de la Guardia Nacional Somocista. Uno de ellos, Edgardo Lagos Aguirre también falleció".

Según Orlando Millas, testigo directo de aquellos años, los oficiales chilenos eran "un grupo de muchachos altamente capacitados" y que habían logrado un justificado prestigio en su paso por Nicaragua; "Adquirí aún mayor conciencia de sus méritos al recorrer en Nicaragua los campos de batalla en que contribuyeron a derrotar la Guardia Nacional de Somoza y al escuchar la valoración de ellos que hacía el general Arnaldo Ochoa", relataría Millas.

Otro escrito de la investigadora chilena Virginia Vidal grafica la importancia que tuvieron los chilenos una vez finalizado el conflicto; "Después del triunfo del Frente Sandinista, los vencedores se fueron a sus casas a celebrar con sus madres, sus esposas, sus novias, sus amigos. Pero un grupo de elite quedó sólo, porque no tenían a nadie en ese país: los combatientes chilenos al mando del comandante Salvador. Les habían asignado el bunker de Somoza. Encontraron un caos, luego que los prófugos somocistas se llevaron todo lo que pudieron. Cualquiera hubiera quemado todo ese basural, pero ser chileno es ser cachurero. Entonces, el grupo empezó a revisar el papelerío y a clasificarlo. Eran valiosos documentos de lo que había sido la tiranía. Años después entrevisté a altos dirigentes sandinistas que afirmaron con satisfacción que esa labor de los soldados chilenos había sido la base de la organización del servicio de inteligencia de Nicaragua. También reconocieron la importante participación de ellos en otras altas tareas militares".

También el propio "comandante Salvador" relató al respecto: "Sin lugar a dudas teníamos amplias posibilidades de quedarnos, pero nosotros jamás lo pensamos. Se nos reconocía un aporte importantísimo en defensa de la soberanía y de la revolución nicaragüense. Pero añorábamos regresar a Chile. Entre otras cosas, la lucha en Nicaragua nos condujo a un acercamiento al país y consolidó el contingente haciéndonos ver más nítida la vía para llegar a Chile. Desechamos establecernos a pesar de las condiciones óptimas. Empezamos a vivir en función de la realidad chilena. El Partido Comunista nos tomó más en serio y dejó de vernos en la perspectiva original de que nos incorporáramos cuando todo estuviera resuelto. Antes el PC no vislumbraba un camino para nosotros: había que seguir siendo oficiales cubanos. Desde ahí comienza a pesar la gran incidencia e insistencia nuestra".

En un informe del 3 de octubre de 1979, la dirigencia comunista chilena también tomaba nota del triunfo sandinista. Según una conversación registrada en los archivos secretos alemanes, desclasificados en 1998, el secretario general del PC, Luis Corvalán, le informó a Friedl Trappen, alto funcionario en Alemania Oriental que "los jóvenes del PC chileno entrenados en Cuba pasaron con éxito por Nicaragua, aunque hubo que lamentar la muerte de dos de ellos. En total, hay 76 hombres nuestros que han alcanzado el grado de oficiales en las tropas sandinistas. Uno de ellos es actualmente asesor personal de Jaime Ortega, comandante en jefe de las fuerzas armadas de Nicaragua".

Un ex oficial chileno del ejército cubano, hoy radicado en Alemania, confirma que cuando en 1979 el contingente chileno fue enviado a luchar a Nicaragua, su número ya era considerable, llegando casi al centenar.

Los servicios secretos norteamericanos tampoco dejaron de consignar los hechos. Después de informar que los militantes exiliados de la izquierda chilena "integraron la lucha contra Somoza", un informe del Departamento de Estado consignó: "El cambio de énfasis en la retórica del Partido Comunista Chileno en los años '80 (la vía armada) es una respuesta al ejemplo de Nicaragua".

Pese a haberse abstenido de enviar tropas regulares cubanas al campo de batalla, Fidel Castro siempre mantuvo un ojo vigilante sobre lo que sucedía con "sus muchachos" en el campo de batalla. A su guía en tierras nicaragüenses, el español Tony de la Guardia -protagonista de las mayores aventuras conspirativas cubanas- Castro le había ordenado: "Mantén un ojo puesto en la guardia somocista y el otro en la plana mayor sandinista", relata en uno de sus libros el ex miembro del círculo de hierro de Castro, Norberto Fuentes.

Otro agente cubano que pasó por tierra nicaragüense fue el entonces coronel Alejandro Ronda Marrero. Encumbrado después a jefe de la división cubana de Tropas Especiales, en el campo de batalla sandinista estableció estrechos lazos con los chilenos del PC. Años después, Ronda sería el cubano responsable de la internación de armas de Carrizal Bajo.


Combatientes chilenos en Nicaragua.
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Un 19 de Julio
El siguiente es el relato de uno de los tantos oficiales "internacionalistas" que arribaron a Nicaragua para apoyar la insurrección, donde se narran las vivencias previas al triunfo final de los Sandinistas.

Cuando descendimos de la caja cerrada del camión no teníamos idea en dónde nos encontrábamos. Lloviznaba. No veíamos absolutamente nada, pero en unos minutos nos convencimos de que habíamos llegado a nuestro objetivo, por el cañoneo constante que escuchábamos relativamente cerca. La certeza de que nos hallábamos en la Nicaragua que intentaba sacudirse del somocismo, nos permitiría, al fin, dormir.

Nuestro grupo estaba compuesto por unos treinta chilenos, quince uruguayos, además de algunos salvadoreños, guatemaltecos y hondureños. Habíamos salido la tarde anterior de Panamá en una vieja avioneta. Con nuestro arribo, los compatriotas pasaban del medio centenar, en el frente Sur. Por una decisión estrictamente personal , habíamos coincidido en la necesidad de aportar nuestro esfuerzo al pueblo nicaragüense, que ejercía el derecho a la insurrección contra la tiranía de Anastasio Somoza Debayle.

Despertamos al amanecer de un día nublado, rodeados de una vegetación intensamente verde. Desbordábamos de alegría, queríamos abrazar a todo el mundo. Cambiamos nuestras ropas civiles por el uniforme verde olivo. Luego nos condujeron a un pequeño claro del monte, donde realizamos la formación. A la voz de ¡firmes!, siguió la presentación del jefe del frente y su recibimiento. Algunos quedamos sorprendidos: "Soy Edén Pastora, comandante cero, jefe del Frente Sur Benjamín Zeledón".

Pastora era, por aquel entonces, uno de los comandantes de mayor prestigio del FSLN, por su antigüedad y por las exitosas acciones militares que había dirigido. Nosotros lo habíamos visto antes sólo en televisión. Después de darnos la bienvenida, anunció nuestros destinos: un pequeño número de compañeros iría a la defensa antiaérea; el resto se dividiría en dos, la mitad para cañones y los otros para morteros. Luego de la pequeña ceremonia de recibimiento, nuestra batería fue asignada a la reserva de la artillería, concentrada cerca de la localidad de Peñas Blancas, en la frontera con Costa Rica. Una vez allí, lo primero que hicimos fue una especie de trinchera refugio, la cual fuimos mejorando día a día. Había que protegerse del fuego enemigo pero también de la lluvia que, si bien nos daba de beber, era una lluvia persistente y tenaz.

La escasa actividad de los primeros días y el mal tiempo se prestaban para largas charlas. Los motivos por los cuales alguien toma una decisión de este tipo, son diversos; pueden ir desde el aventurerismo hasta la más sesuda motivación teórico política; desde buscar la gloria o por solidaridad de clase. Pero también era necesaria cierta dosis de valentía, de vergüenza, de dignidad. Debido a esto y sin duda a la posibilidad cierta de morir, el compañerismo se elevó notoriamente. Todos estábamos atentos a las necesidades de los demás, éramos más serviciales y afectuosos. La verdad es que nunca vi, hasta hoy, un destierro tan grande de egoísmo. Así veíamos a un compa caminar 6 o 7 kilómetros para llevarle cigarros a un paisano que no se los había pedido, pero que posiblemente no tuviese. Era por el puro placer de hacer el bien.

Por entonces, las diversas tendencias del FSLN, que eran prácticamente organizaciones distintas, estaban en proceso de unificación. Nuestro Frente fue concebido para contribuir a resolver militarmente un conflicto que políticamente ya estaba ganado. El eje de nuestro Frente era la carretera Panamericana, cercano a la frontera con Costa Rica, sobre la cual se encontraban los poblados de Peñas Blancas y Sapoa que, cuando llegamos, estaban en nuestro poder. Se trataba en una etapa de la guerra en la cual ésta pasaba de guerrilla a guerra regular, o de posiciones. Las fuerzas del FSLN en este frente eran las que contaban con mayor poder de fuego, por la cantidad y calidad del armamento. También era el que contaba con mayor participación internacional de combatientes y de recursos logísticos.

El enemigo, bajo las órdenes del comandante Bravo, había logrado concentrar gran parte de sus tropas y armas en esta zona. La aviación Somocista dejaba caer diariamente sus bombas de 100, 250 y 500 libras sobre nuestras posiciones, a lo que se agregaban los ametrallamientos y lanzamientos de rockets.

Los helicópteros volaban a gran altura, quedaban en vuelo estático y arrojaban bombas de napalm o tanques de gasolina, de 200 litros, con mechas encendidas. La intensidad y diversidad de los bombardeos a que éramos sometidos, provocaban muchas bajas. Así aprendimos muchas cosas, como que las balas de las ametralladoras de los aviones van más rápido que el sonido; que no hay que esconderse cuando se escuchan sus estampidos porque las balas ya pasaron; que hay que estar atentos a las lucecitas intermitentes en sus alas, primera señal de que está disparando; y un montón de cosas más que dejan avergonzados a los guerrilleros bisoños frente a los más veteranos.

Aunque a la semana dos son veteranos o mártires. Tal era la intensidad de los combates.
La primera vez que participé en una operación del "cañón fantasma", como habíamos bautizado al ataque por sorpresa con morteros, me dejó huellas imborrables en la memoria. El jefe de la batería designó a cinco compas para esta tarea. Partimos en una camioneta Toyota con el cañón enmascarado en su caja. Nos acompañaba una periodista con una cámara de video para registrar la acción. Nos aproximamos al objetivo en forma muy sigilosa, en pleno día, pero muy bien enmascarados. Nuestro blanco era una construcción de material, con techo a dos aguas. Recuerdo los pedazos de ladrillos y tejas que se elevaban como en cámara lenta, y los abrazos y risas, como cuando uno mete un gol en un partido de fútbol, y los compas de la MAG disparando ráfagas interminables por si salía algún sobreviviente de la casa. Esto ocurrió en brevísimos minutos. Comenzamos a retirarnos rápidamente. No habíamos recorrido 50 metros hacia nuestras posiciones cuando comenzaron a dispararnos con morteros de 81 y 120 mm. Apenas llegamos donde los compas, se armó un tremendo tiroteo.

Tuvimos que esperar hasta que comenzara a oscurecer para regresar por el cañón, cosa que finalmente logramos. Desde el comienzo al final de la operación, sentíamos a cada rato ese cosquilleo en la espalda que se produce por la secreción de adrenalina en la sangre. El grupo se comportó valientemente. A esta acción militar descrita, le siguieron un helipuerto, un centro de abastecimiento del enemigo, y otras. Nuestra batería, la Simón Bolívar, empezó a ganar fama.

En nuestras idas a la enfermería o en las escapadas para ver a otros compatriotas, veíamos siempre a un alemán que dibujaba, con pluma de ganso, a los combatientes que él elegía o a los que pedían ser retratados. También presenciamos, y más de una vez participamos, de "picados" de fútbol que se armaban en un santiamén. El pitazo final, casi siempre lo daba algún avión o helicóptero de la Guardia que comenzaban a disparar sobre nosotros.

La posibilidad de morir en esta guerra era algo cierto, pero lo teníamos muy asumido y realmente no le dábamos mucha importancia, pues era algo previsible. Incluso, casi todos habíamos dejado a buen recaudo cartas a nuestras respectivas compañeras donde nos despedíamos de ellas y de nuestros hijos en forma sencilla y en tono optimista. Estas cartas serían entregadas en caso de muerte del suscrito. Caer prisioneros no estaba en los cálculos.

Un día nos ordenaron trasladarnos para montar una emboscada de aniquilación en el borde del cañón de un arroyo. Había llegado la información de que un contingente de guardias se había infiltrado por el arroyo con el fin de salir a nuestra retaguardia. Además el jefe de la operación pidió un voluntario para bajar hasta el arroyo y "taponear" la emboscada, es decir, impedir que el enemigo pudiera escapar de la trampa avanzando por la corriente de agua, para lo cual se coloca un combatiente que sostiene un combate frontal a nivel del arroyo encajonado. Esto era una muerte segura, sin sentido, provocada posiblemente por nuestro propio fuego. Nadie se ofreció. Entonces comenzó a recorrer con su mirada nuestras caras, señalándonos con el dedo. Cuando llegó a un compa uruguayo dijo: "tú". La cara de incredulidad y sorpresa del designado, fue como si del dedo del jefe hubiese salido un disparo que le provocaría la muerte.
Disciplinadamente y en silencio se dejó atar por la cintura, para poder ser bajado hasta
el río. Su rostro expresaba algo así como resignación frente a lo absurdo. Pero la disciplina es así, "la voz de mando es la encarnación del mandato de la patria".
Pasamos toda la noche emboscados. Afortunadamente no ocurrió nada. Al amanecer subimos al compa, que tenía cara de resucitado. Nos contó que luego del descenso, al llegar al río se sentó en una roca, dejando su fusil recostado contra otra. Tomar otra actitud no le hubiera servido de nada.

Otro dia, cuando estábamos a la espera en un punto de reunión, charlábamos con un compa sobre si llegaríamos a tiempo para el supuesto desfile del triunfo. Porque la victoria nos la imaginábamos como un grandioso desfile militar, con un marco de gente impresionante. Estábamos en eso cuando vimos venir a alguien sin la camisa del uniforme, con grandes rasguños, sin fusil y con una mueca de terror dibujada en el rostro. Era el jefe de una compañía de infantería sandinista que defendía una colina. La guardia había atacado esa loma con aviación, artillería e infantería simultáneamente.
Aparentemente murieron todos los compas de esa unidad pero, extrañamente, su jefe se había salvado en condiciones más que dudosas: cerca de un centenar de combatientes habían muerto, y él, su jefe, aparecía desarmado y sin heridas de bala. Fue sancionado. No le aplicaron la pena máxima porque no era nicaragüense. Nosotros tuvimos que custodiarlo durante un tiempo. Fue un episodio sumamente desagradable. Uno se acostumbra al sufrimiento, al dolor, incluso a la muerte, pero jamás a la traición y la cobardía.

También pasábamos bastante hambre, no por falta de dinero sino porque decían que había que acostumbrarse a eso. Recuerdo una anécdota que me causo mucha risa. Una noche no podía dormir y me acerqué a la cocina, y me encontré con Pedro y otros compas que "casualmente" estaban allí juntando migas de pan. Nadie hablaba nada, pero todos pensábamos en lo mismo: comida. Este silencio lo rompió Pedro muy delicadamente: ¿Estos nicas son de poco comer, no?. La risa fue general y nos quedamos conversando largamente. Esa noche, un compañero uruguayo fue reprendido severamente por el responsable del local "por estar hurgando en la basura a ver si podía rescatar algo masticable".

Días después nos enteramos de la trágica muerte de dos compañeros muy estimados por todos. Una escuadra de nuestro frente había chocado contra una patrulla de chigüines, a la cual confundieron con compas, pues tenían brazaletes como ellos y aparentemente conocían el santo y seña de ese día. Les dispararon a bocajarro, muriendo un chileno, dos nicas y un uruguayo.

Del entierro, un compañero nos contó: Llegamos cuando sacaban los cuerpos del lugar donde los estuvieron velando con guardia de honor. Los ataúdes, eran cuatro cajas de cañones que seguramente la guardia había abandonado en la huida. Dos estaban cubiertos con la bandera nicaragüense y los otros dos con la bandera rojinegra del Frente Sandinista.

Funerales de combatiente muerto en Nicaragua
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Un día me llamó un oficial para preguntarme si estaba dispuesto a dar la vida en una misión arriesgada. Tenía ganas de preguntar ¿y hasta hoy qué hemos estado haciendo? Pero sólo contesté: "sí". Nos llevaron a un punto de concentración bastante remoto, donde ví a centenares de combatientes, entre ellos a varios chilenos. Me destinaron en un batallón de infantería. Pasaron otra vez preguntando, individualmente, si realmente estábamos dispuestos a dar la vida en la misión. ¿Esto que será -pensé- un suicidio colectivo?. En el momento de iniciar la marcha nos informaron del objetivo; una maniobra envolvente con el fin de cortarla retirada del enemigo, el cerco y la aniquilación de la agrupación de tropas somocistas.

En este momento comenzamos a percibir la victoria como algo muy cercano. Nos costaba aceptar que estábamos cerca del gran momento, de que no estábamos soñando. ¡Así que los chapus estaban por ganarle a los chigüines!.

Emprendimos la marcha por terrenos muy accidentados, incluyendo una zona selvática (La Zopilotera). Frecuentemente nos enterrábamos hasta la rodilla, en el barro. En un par de horas el aspecto que presentábamos era lastimoso, producto del agotamiento, y las heridas. Nos detuvimos a pernoctar en medio de la lluvia y de una oscuridad tremenda. Al amanecer continuamos la marcha. Esa noche llegamos a la posición de ataque. Nos encontrábamos a unos 500 metros del enemigo. Nos ordenaron esperar el aviso para comenzar a disparar, el que llegaría al amanecer. Pasamos la noche haciendo el emplazamiento del cañón y algunos pozos de tirador, bajo una fina llovizna. Antes de las 6 a.m. colocamos el primer proyectil en el cañón. A eso de las 6.30 llegó un compa a informarnos: Los guardias se retiraron durante la noche, abandonando sus posiciones en todo el frente. Dejaron todo el material de guerra que podía dificultarles su huida. El sueño de los revolucionarios Sandinistas estaba a punto de hacerse realidad.

Había que dirigirse a la carretera Panamericana para trasladarnos a Managua. Con renovadas energías nos pusimos en camino. Algunos compas, entre ellos varios chilenos, fueron designados para quedarse custodiando la frontera. Una tarea necesaria, pero que nadie quería realizar.

Ir a Managua significaba el triunfo de la revolución. Casi nadie miraba a los otros compas a los ojos, para no ver, y que los otros no vieran, las lágrimas que brotaban incontenibles. Esta especie de llanto se da, cuando uno tiene una alegría tan grande que lo desborda, lo aplasta, lo trasciende. Es una emoción muy particular y contradictoria: una felicidad extrema junto a una enorme tristeza por aquellos que no están para vivirla. El sentimiento de la victoria, se iba abriendo paso poco a poco, entre la cautela que manteníamos debido a la incertidumbre sobre el futuro inmediato. Al rato abordamos un convoy que siguió la marcha en plena oscuridad. El cansancio me estaba venciendo. Me acosté sobre la carga, me tapé con una lona para protegerme de la fina llovizna y al instante estuve dormido.

Me despertó una balacera como nunca había escuchado. No veía nada, sólo oía cientos de armas disparando cerca del camión, y desde éste. ¡Caímos en una emboscada!, pensé, a la vez que recordé que debajo de nosotros había miles de kilos de explosivos. Cuando salí de abajo de la lona la luz me encandiló. Hacía meses que no veíamos la luz eléctrica de las casas y calles. Estábamos en Granada. La balacera era el festejo por nuestra llegada a la ciudad. Todo el mundo disparaba hacia el cielo.

Edén Pastora recorría la caravana con un altavoz diciendo que termináramos con los disparos, pues las balas iban a caer sobre la gente y podíamos provocar víctimas. Nadie le hizo caso. La caravana no se detuvo en su recorrido, así que la gente corría detrás de los camiones, saludando y pidiendo recuerdos. Algunos a pie, descalzos, otros en bicicleta. Abrimos algunas cajas de municiones y comenzamos a arrojar balas de FAL, de ametralladoras .30" y .50" a dos manos, como si fueran papelitos y serpentinas.
Bajamos de los camiones para abrazarnos con los habitantes de esa ciudad, que eran miles y miles. Cuando se enteraban por nuestro acento de que éramos combatientes internacionalistas, nos pedían que les diéramos algo de recuerdo, cualquier cosa. Empezamos regalando la gorra, la cantimplora, el cinto; alguno regaló incluso la camisa. Por poco terminamos desnudos.

Combatientes internacionalistas ingresan victoriosos a Managua.
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El problema es que un guerrillero de una revolución triunfante se transforma en un "sex simbol", aunque le falten la mitad de los dientes. La atracción que produce el vencedor supera a la del más parecido a Kevin Costner. Creo que nunca hubo un intercambio de genes tan grande entre clases sociales antagónicas como en esa época.
Creo que, al pasar por Granada, la conciencia real del triunfo del FSLN se afianzó. A partir de ese momento, ya las risas y las lágrimas brotaban cada vez más a menudo, sin motivos aparentes, como si se fueran acumulando internamente hasta que era imposible contenerlas. Era, sin exagerar, difícil creer que estábamos despiertos. Por eso casi no hablábamos entre nosotros, cada uno luchaba con sus sentimientos, emociones y pensamientos.
Horas más tarde continuamos la marcha hacia Managua. Estabamos felices, emocionados y desbordantes. Era un 19 de julio.


Los Chilenos Sandinistas
Durante la batalla del Naranjo se terminó de fraguar el prestigio de uno de los muchos chilenos internacionalistas que lucharon en Nicaragua. Su nombre era Osvaldo Roberto Lira. Tanto los oficiales del PC como los nicaragüenses vieron a Lira repeler solitariamente desde los techos de las viviendas campesinas a los aviones de combate. Según relata un ex combatiente, "pasaban los aviones y caían las bombas, pero él se quedó devolviendo el fuego con su fusil AK-47, sin lanzarse a tierra".
Pero si Lira era uno de los más osados del "Batallón Chile", también era un incorregible por lo que sus huellas se perderían mas tarde en tierras salvadoreñas. Tras enamorarse de una combatiente del Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FMLN), renunció al PC y a las Fuerzas Armadas cubanas para seguirla, entre 1981 y 1982. Incorporado a la guerrilla de ese país centroamericano, años después moriría en una emboscada del ejército salvadoreño.


Osvaldo Roberto Lira, uno de los chilenos
más osados en Nicaragua

En el fragor de la batalla del Naranjo tambien otro chileno viviría una hora límite. El oficial Rodrigo Morales fue encomendado a defender una porción a cualquier precio. Bajo el fuego de artillería y aviación, el chileno tuvo que decidir entre sacrificar a sus hombres o replegarse. Optó por lo último, después de lo cual fue detenido, juzgado por sus compatriotas y condenado a muerte. Según un ex oficial chileno de la isla, cuyo relato es corroborado por otro ex frentista, sólo la intervención de los cubanos y su amistad con el influyente oficial chileno Juan Gutiérrez Fischmann, "El Chele", salvó a Morales de morir. Trasladado a Cuba para evitar mayores conflictos con sus compatriotas, meses después Morales pidió autorización para ir a combatir a Angola, junto a las fuerzas expedicionarias cubanas.

Pese a que Raúl Castro había prohibido que los chilenos fueran a luchar a Africa -donde Cuba buscaba lucir la preparación de sus tropas regulares-, Morales fue autorizado, ya que necesitaba redimirse ante sus compatriotas. Como uno de los contados chilenos que combatieron por Cuba en Angola, en ese frente Morales se destacó por su valentía y regresó a La Habana convertido en un héroe.

Pero también hubo otros chilenos en Nicaragua que, tras destacar en la lucha, llegaron a ocupar altos cargos dentro del nuevo andamiaje del gobierno sandinista. Durante el conflicto armado, en una conferencia de prensa, el general panameño Omar Torrijos -uno de los máximos aliados de los sandinistas- apareció sentado junto a Galvarino Apablaza, "Salvador", el líder de los oficiales chilenos del PC. Al ser consultado quién era aquel desconocido, Torrijos sólo respondió: "Es mi asesor personal". La anécdota sería profusamente comentada en el "Batallón Chile".

Galvarino Apablaza y Roberto Nordenflycht en Nicaragua.
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Sin embargo, al llegar la paz este tipo de situaciones se convertirían a algo más cotidiano. Había que emprender la dura tarea de construir un estado socialista y muchos de los jóvenes del PC se quedaron en Managua, alcanzado un rol más político en la revolución sandinista.
Una parte del destacamento de oficiales colaboró con la creación de las nuevas Fuerzas Armadas nicaragüenses. Otros prestaban servicios en distintas zonas militares del país, como asesores de los jefes de tropa.

Entre estos últimos destacó el joven ingeniero Raúl Pellegrín Friedmann, futuro fundador y comandante del FPMR, quien luego de participar activamente en la lucha, se desempeño como asesor de una Región Militar del ejército sandinista.
Además, otros dos chilenos fueron fundadores de la Fuerza Aérea Sandinista; los dirigentes frentistas Iván Figueroa Araneda, "Gregorio", y "Manuel", ambos ex miembros de la FACH.

Después del triunfo sandinista muchos chilenos permanecieron en el país ayudando a la formación del nuevo Estado Socialista. Para los que regresaron a La Habana, su bautismo de fuego en Nicaragua les permitiría demostrarles a los cubanos que ellos eran una generación de comunistas distinta a la que había sido derrotada en la UP.